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Era una noche absolutamente clara, no había una sola nube que pudiese ocultar las estrellas, pero la Luna llenaba de claridad la ciudad de Jerusalén, hasta el punto de hacer difícil la contemplación de cualquier otro astro. Sin embargo, había una fuerte luz azulada, que se interponía entre la Luna y la ciudad, y es que Eloy, como le había prometido a Moisés, había encendido un foco de luz para indicarle que había llegado el momento de su cita.
La ciudad estaba completamente dormida y las únicas luces que podían distinguirse desde la nave de Eloy eran los tímidos destellos de la luz de la Luna que se reflejaba en algún que otro charco pero, de pronto, una luz se encendió sobre la azotea de una de las casas cercanas al Templo. Eloy pensó que Moisés lo había visto y había encendido una fogata para indicarle su posición. Apagó el foco de su nave durante un par de segundos y luego lo volvió a encender, y repitió la secuencia de encendido y apagado tres veces más. Esperó un momento para ver si la hoguera de la azotea era una casualidad o si realmente había allí un interlocutor que deseaba ponerse en contacto con él. No tardó en obtener la respuesta a su interrogante. La luz de la azotea se apagó y encendió siguiendo la misma secuencia que él había realizado. Sin duda había allí alguien que deseaba establecer contacto, pero no estaba seguro de que fuese su amigo. Envolvió la nave en una nube blanca y se acercó lentamente hasta poder divisar a su interlocutor. Como Eloy se temía, no era Moisés el que estaba sobre la azotea. Allí había un par de hombres jóvenes, uno de ellos rubio y con barba y el otro de raza negra. Sentía curiosidad por conocer a aquellas personas que permanecían impertérritas ante su presencia, pero su objetivo era encontrar a Moisés y no quería distraerse atendiéndolos. Estaba a punto de marcharse cuando apareció junto a ellos la imagen de un joven impúber. Eloy consultó su base de datos y pudo comprobar que se trataba de Melchor, el mismo niño que había habitado en el cuerpo de Moisés. Entonces Eloy se posó sobre la azotea y los invitó a entrar en el Ave Fénix. Los dos jóvenes entraron en el habitáculo de pasajeros y Melchor apareció junto a Eloy en el puesto de mando, mientras la nave iniciaba, lentamente, la ascensión. De repente un nuevo personaje irrumpió en la escena. Una mujer salió a la azotea agitando los brazos tratando de llamar la atención de los ocupantes de la nave. Se había colocado delante de la hoguera y el contraluz hacía que fuera imposible identificarla. Entonces Eloy la iluminó con el foco de su nave y pudo oír como sus dos pasajeros gritaban jubilosos indicando que se trataba de su hermana María. Melchor le preguntó a Eloy si podrían viajar también esa mujer y su marido, pero sólo quedaba sitio para una persona. Melchor le dijo a Eloy que sería mejor volver a por ella en otra ocasión, porque estaba seguro de que ella no abandonaría a su marido. Y el Ave Fénix se elevó sobre el cielo de Jerusalén hasta desaparecer, rumbo a oriente.
CÓMO SE HIZO LA NOVELA
LA HISTORIA DE ELOY
CAPÍTULO 14
María comentó a su padre:
- ¿Por qué no han descendido para que María pudiese abrazar a sus hermanos?
- A mí me hubiese gustado que fuese así, pero recuerda que esa misma escena la escribimos en “La Historia de María” y en “La Historia de Melchor”. Aunque en cada una de las novelas se presente una visión distinta de la misma escena, según quien sea el personaje principal, las tres deben complementarse y, por supuesto, no deben contradecirse.
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