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Eloy había dejado a José, en manos de los mercaderes de esclavos, camino de Egipto. Le hubiese gustado seguir ayudándole, pero seguir hacia adelante en su viaje al futuro era lo más importante, y esta vez logró un largo avance. Muchas generaciones de israelitas habían pasado, y el recuerdo de Abraham y su familia posiblemente hubiese desaparecido de sus mentes, pero él quiso visitar al pueblo de Israel y volvió al lugar donde lo había dejado. Como había sospechado, nadie en aquel lugar recordaba nada de Jacob, así que decidió viajar a Egipto en busca del rastro de los descendientes de José. Grande fue su sorpresa al comprobar que todos los descendientes de Abraham eran ahora esclavos de Egipto. Supo de un israelita llamado Moisés, que había llegado a ser príncipe de Egipto, pero que, por querer ayudar a su pueblo a salir de la esclavitud, fue desterrado y abandonado en el desierto del Sinaí. No le fue difícil a Eloy encontrar a Moisés, ya que en el desierto del Sinaí sólo vivían unas cuantas familias de cabreros, y un hombre que ha sido educado en los palacios de Egipto se distingue fácilmente de otro que ha pasado la vida entre rebaños, por muy bien disfrazado de pastor que esté.
Lo encontró cerca del monte Sinaí, que era sagrado, para los habitantes de aquella zona, y estaba vedado, ya que creían que allí habitaba Dios.
Un día en que Moisés estaba apacentando su rebaño, cerca del monte Sinaí, Eloy se valió de la tecnología de su nave para separar del rebaño a una de las cabras y llevarla hacia el monte por medio de sonidos agudos perfectamente dirigidos hacia la cabra seleccionada. Cualquier otro pastor hubiese abandonado la cabra por no romper el tabú, que prohibía acercarse al monte sagrado, pero Moisés no estaba dispuesto a perder una cabra por respetar algo en lo que no creía, así que siguió a la cabra para recuperarla. Cuando por fin alcanzó a la cabra, Eloy iluminó, con rayos láser una zarza que había en las proximidades. Moisés creyó que la zarza estaba ardiendo, por la extraña luz que brillaba a su alrededor, pero por otro lado, veía que la zarza no se consumía con las llamas. Aquel fenómeno, que se apartaba claramente de las leyes naturales, le hizo pensar que efectivamente estaba profanando un lugar sagrado. Se quitó las sandalias y se arrodilló en señal de humildad. Eloy se comunicó con él y le conminó a que volviese a Egipto para salvar de la esclavitud al pueblo hebreo. Le ayudó en la tarea de rescatar a su pueblo, valiéndose de múltiples efectos, que podía producir gracias a la tecnología de su nave, hasta conseguir que el faraón Ramsés II accediese a las peticiones de Moisés. Pero cuando éste hubo salido de Egipto y se dirigía hacia el Sinaí, los ministros del faraón lo convencieron de que no podían renunciar a tal cantidad de esclavos, y el ejército salió en busca de Moisés. Eloy había previsto esta circunstancia, y como no podía usar sus armas por falta de energía en su nave, había estudiado la ruta de escape y había descubierto una gran barra de arena, que quedaba sobre la superficie del mar en los momentos de marea baja, permitiendo que fuese cruzado sin ni siquiera mojarse los pies. Así que dijo a Moisés que se dirigiese hacia el mar y precisamente hacia ese punto. Cuando llegaron, estaba ya bien entrada la noche, y la arena de la playa, que todavía estaba caliente, les pareció un lugar agradable para descansar.
Al amanecer quedaron atónitos al contemplar una gran barra de arena, que cruzaba el mar hasta la otra orilla. Misteriosamente el mar se había retirado a ambos lados, dejando paso franco a los israelitas, pero tras ellos, en el horizonte, una nube de polvo delataba la presencia cercana de la caballería egipcia, que los iba a alcanzar sin remedio. Moisés dio la orden de ponerse en marcha y cruzar el mar. Cuando todos hubieron cruzado, pudieron ver, con pavor, como la caballería egipcia empezaba también a cruzar el mar. Entonces se dieron cuenta de que el camino de arena, que cruzaba el mar, se estaba estrechando. La cabeza de la columna de caballería había llegado ya a la mitad del camino y no tenía sentido, para los egipcios, volverse atrás, pero el estrechamiento producido por el avance de las aguas, obligaba a apretarse a la columna de caballería, que avanzaba a galope tendido, para evitar que el mar se cerrase bajo ellos. A sólo cincuenta metros de la orilla, todos los caballos quedaron paralizados y los jinetes intentaban, sin éxito, zafarse de sus armaduras, para poder alcanzar la orilla a nado, pero ninguno lo consiguió.
CÓMO SE HIZO LA NOVELA
LA HISTORIA DE ELOY
CAPÍTULO 8
María comentó a su padre:
- Me ha gustado mucho este capítulo, hace fácilmente creíble algo tan misterioso como el milagro del paso del mar Rojo, narrado en Éxodo 14,15-31. También me ha gustado la forma en que contamos el pasaje de la zarza que ardía sin consumirse (Éxodo 3,1-12). Pero podríamos haber descrito las plagas.
- Podría ser interesante, pero demasiado largo. Las diez plagas que cayeron sobre Egipto, están detalladas en el Éxodo, y su relato ocupa 5 capítulos, concretamente del 7 al 11. Creo que el que esté interesado en conocerlas puede acudir directamente a esa fuente.
- Además, por fin se ha encontrado Eloy a otro de los protagonistas de nuestras historias paralelas.
- Por definición, dos líneas paralelas son aquellas que por mucho que se prolonguen nunca se cortan. Pero nuestras historias no son paralelas, sino que convergen y divergen, entremezclándose unas con otras, y hasta llegarán a formar una trenza que las contenga a todas y las haga avanzar juntas en una misma dirección.
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