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CAPÍTULO 9
MOISÉS EN EL DESIERTO
Eloy, que había abandonado al pueblo hebreo tras el cruce del mar Rojo, viajó cuarenta años hacia el futuro y se detuvo para ver en qué situación se encontraba Moisés. Al ver que seguían vagando por el desierto del Sinaí, decidió ayudarlos para que pudiesen asentarse en la tierra prometida.
Después de haber visto los prodigios obrados por Dios para ayudarlos, el pueblo de Israel esperaba llegar sin problemas a la tierra prometida. Era una tierra fértil, con abundantes riquezas, y todos esperaban poder instalarse allí cómodamente. Pero la realidad no iba a coincidir con sus sueños. Las tierras que bordeaban el desierto ya estaban pobladas, y sus habitantes no estaban dispuestos a ceder su sitio a nadie. Durante muchos años estuvieron vagando por el desierto hasta que llegaron a la conclusión de que la única forma de conseguir la tierra prometida iba a ser arrebatándosela a sus actuales moradores. Empezaron a prepararse para la guerra. Moisés, que no estaba de acuerdo con esa solución, dio a su pueblo una serie de normas de conducta, que siempre deberían respetar. Eran los Diez Mandamientos, entre los cuales se encontraban el no matarás y el no robarás, que evidentemente se oponían a la conquista, por las armas, de la tierras ya habitadas. Podrían haberse dividido en grupos pequeños capaces de integrarse en las distintas poblaciones, pero esto hubiese supuesto la desintegración del pueblo hebreo.
Moisés esperaba que Dios se le apareciese o le mandase un ángel para darle la solución de aquel problema, y Eloy, una vez más, iba a ser, para Moisés, el ángel que su Dios le enviaba. O mejor, el ángel que se enviaba al pueblo hebreo. Porque Eloy estaba notando que Moisés se estaba convirtiendo en un obstáculo para los objetivos de Israel.
Una mañana, en un cielo absolutamente azul, vieron aparecer una nube solitaria, que se acercaba hacia ellos. Cuando la nube, que ocultaba a la nave de Eloy, estuvo sobre su vertical del lugar donde estaba Moisés, se detuvo e hizo que su imagen, que fue tomada por todos como la de un ángel, descendiera lentamente desde la nube hasta el suelo para decirle:
- Ha llegado la hora de que abandonéis el desierto. Cruzad las tierras habitadas, porque más allá encontraréis otras tierras fértiles, disponibles para ser ocupadas por vosotros.
Moisés se adelantó y habló al ángel.
- Ya hemos enviado emisarios para pedir que nos dejasen pasar, pero nunca nos han creído, y nos advirtieron de que nos matarían si poníamos los pies en sus tierras.
- ¿Por qué has dudado de la palabra de Dios? Ya no mereces conducir a tu pueblo hasta la tierra prometida, y morirás sin verla.
Al oír esto, algunos empezaron a gritar el nombre de Josué, un hombre fuerte e inteligente, que en más de una ocasión se había pronunciado a favor de luchar para conseguir la tierra prometida, y al momento todos lo aclamaban.
Moisés se retiró, apesadumbrado, y subió a una pequeña colina para meditar. Allí se le apareció el ángel y le dijo:
- No tengas miedo por tu pueblo, porque Dios lo ayudará.
Pero Moisés le respondió:
- Tú no eres un ángel de mi Dios, y por lo tanto no puedes saber lo que Él hará. Ni siquiera sabes lo que yo ya he hecho. Si de verdad fueses un ángel, sabrías quién soy yo y que ya he estado en la tierra prometida.
Eloy quedó perplejo ante las palabras de Moisés, pero quería ayudar al pueblo del que sabía que nacería Jesús. Después de meditarlo durante unos segundos, le dijo:
- Tienes razón al decir que no soy un ángel de tu Dios, pero te aseguro que quiero ayudar a tu pueblo y creo que será mejor que tengamos confianza para poder unir nuestras fuerzas y luchar por un mismo objetivo. Empezaré por decirte la verdad sobre mí, pero antes acércate para darme la mano.
Moisés se acercó para estrechar la mano de Eloy, pero cundo intentó hacerlo, se dio cuenta de que aquello con lo que estaba hablando, no era más que una imagen, carente de materia.
Moisés se recostó, y ante la mirada atónita de Eloy, apareció la imagen de un niño de once años, y le contó que aunque, en ese momento, estaba habitando en el cuerpo de Moisés, su verdadero nombre era Melchor y que su cuerpo estaba atrapado por el hielo y que él vagaba por el mundo desde hacía mucho tiempo. Al ver la imagen de aquel niño y oír sus palabras, Eloy se desmayó y cayó al suelo, y cuando se despertó le contó su historia.
- Yo no soy un espíritu, la imagen que ves es la de mi propio cuerpo, que está en el interior de una nave, que se oculta tras esa nube, y por procedimientos técnicos, que no voy a explicarte porque no podrías entenderme, mi imagen se proyecta sobre el lugar que yo quiera. Mi cuerpo está vivo dentro de esta nave que puede volar y lanzar fuego sobre mis enemigos, pero lo más importante es que, con ella, puedo viajar en el tiempo. La construí en el futuro y viajé durante miles de generaciones hasta llegar al momento en que vivía Abraham. Fui su amigo, aunque él siempre me consideró como un ángel. Salvé la vida de Isaac y de José y fui yo quien te habló, desde la zarza que ardía sin consumirse, y quien te ayudó a sacar de Egipto al pueblo de Israel, al que seguiré ayudando porque sé que de su estirpe nacerá, algún día, alguien que influirá decisivamente en mi vida, cuando yo vuelva al futuro. Ahora estoy intentando regresar al futuro, pero me he detenido aquí para ayudaros.
Melchor le dijo a Eloy:
- Me gustaría conocer a ese ser tan importante, ¿podrías decirme cuándo y dónde nacerá?
- Cuando un imperio llamado Roma se apodere de la tierra prometida. En ese tiempo, una de las vírgenes del Templo, llamada María, se desposará con un carpintero llamado José y de ella nacerá ese ser tan importante. Entonces vendré con mi nave.
- ¿Cómo podría reconocerte?
- Aparecerá en el cielo una luz más brillante que las estrellas. Síguela y ella te llevará hasta el niño.
Moisés, con su esposa e hijos, abandonaron al pueblo hebreo, que bajo el mandato de Josué, cruzó el río Jordán para adentrarse en la tierra prometida.
CÓMO SE HIZO LA NOVELA
LA HISTORIA DE ELOY
CAPÍTULO 9
María preguntó a su padre.
- ¿Por qué Eloy viaja cuarenta años hacia el futuro? ¿Por qué no cien o veinte?
- Cuarenta años es el tiempo que se estima que estuvieron vagando por el desierto.
- ¿Se trata de un dato citado en la Biblia? -preguntó María.
- Ya te he dicho que no he leído toda la Biblia, y aunque así fuese no podría recordarla de memoria, pero los cuarenta años de vagar por el desierto es un dato común en casi todos los textos que hablan del éxodo, porque Dios castigó a la generación que salió de Egipto, a morir sin ver la tierra prometida, aunque ese castigo no afectaba a los que en aquel momento eran unos niños, como Josué del que hablaremos en próximos capítulos. Cuarenta años podría ser la esperanza de vida de un hombre de aquella época. En todo caso cuarenta es una palabra que significa mucho, aún hoy existe la palabra cuarentena para expresar el periodo de tiempo necesario para evitar el contagio de una enfermedad, aunque dicho periodo no tiene que ser necesariamente de cuarenta días.
- Pero según la Biblia, Moisés murió a los 120 años (Deuteronomio 37,4) -dijo María.
- Sí, y José a los 110 (Génesis 50,22) y Sara a los 127 (Génesis 23,1), pero hay que suponer que son años egipcios, es decir que hay que dividirlos por tres, lo que los sitúa a todos alrededor de los cuarenta.
- Pero los años egipcios tenían 365 días, y fue en tiempos de Julio Cesar cuando se descubrió que tenían un error de 6 horas, y hubo que hacer los años bisiestos.
- Pero la civilización egipcia duró más de 3000 años, y el tiempo en que vivió Cesar fue el final de la civilización.
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